
Ciudad de México.- Vivimos en un mundo cada vez más conectado, donde todo pasa a través de las aplicaciones: existen las que sirven para informarse, las que permiten leer ebooks, las de entretenimiento como Bet777, y, por supuesto, no podían faltar miles de aplicaciones dedicadas a la comida. Es la demostración de cómo la tecnología no solo está transformando nuestro tiempo libre, sino también nuestros hábitos alimenticios.
En los últimos años la manera de consumir alimentos ha cambiado de forma radical. Si antes pedir comida para llevar era una opción ocasional, hoy con apps como Deliveroo pedir desde casa se ha convertido en parte de la vida cotidiana. Un almuerzo rápido entre reuniones, una cena diferente sin levantarse del sofá, o incluso una experiencia gastronómica más refinada: todo está al alcance del smartphone y llega en cuestión de minutos.
El trabajo detrás de la velocidad
Detrás de esta aparente simplicidad se mueve un mundo mucho más complejo, compuesto por engranajes que deben funcionar en perfecta sincronía. Están los repartidores que atraviesan las ciudades en cualquier condición climática, a menudo obligados a correr contra el tiempo para cumplir con los plazos de entrega prometidos por las apps. Están los restaurantes que reorganizan sus cocinas para sostener un flujo continuo de pedidos, transformando los ritmos tradicionales del servicio en sala en una cadena productiva que debe conciliar velocidad y eficiencia. Y están también las plataformas digitales, que a través de sistemas algorítmicos coordinan la logística, los mapas, los pagos y la comunicación entre cliente, repartidor y restaurante.
Todo esto genera un ecosistema dinámico y fascinante, pero no exento de sombras. De hecho, emergen aspectos críticos como los salarios, no siempre proporcionales al esfuerzo requerido, la falta de protecciones adecuadas para los trabajadores y la precariedad de un empleo a menudo vinculado a periodos cortos o a tiempo parcial. Además, se discute sobre el modelo de consumo que estas aplicaciones fomentan: un consumo inmediato, rápido, casi impulsivo, que termina premiando la cantidad y la rapidez más que la calidad y la conciencia alimentaria. Es un equilibrio frágil, donde la innovación tecnológica avanza mucho más rápido que las normativas y las garantías sociales.
La multiculturalidad al alcance de un clic
El lado positivo de esta revolución es evidente: las apps de delivery nos permiten experimentar culturas y sabores que antes parecían lejanos. Un curry tailandés para un almuerzo diferente, unas tapas españolas para una noche entre amigos, un ramen japonés para un fin de semana alternativo. La cocina de todo el mundo se vuelve accesible para cualquiera, sin barreras geográficas ni culturales.
Curiosidades: los primeros experimentos de “comida para llevar”
El delivery no es en absoluto una invención contemporánea, al contrario: hunde sus raíces en épocas lejanas. Ya en la Antigua Roma, por ejemplo, existían los thermopolia, pequeños locales que ofrecían platos calientes y listos para consumir fuera de casa. Eran lugares muy frecuentados por la población más humilde, que a menudo no disponía de cocinas privadas, y representaban un punto de encuentro donde la comida se convertía también en ocasión de socialización.
Si nos trasladamos a Japón, descubrimos que ya en el siglo XVII los vendedores ambulantes llevaban directamente a domicilio soba y sushi, servidos en refinadas cajas de madera lacada. Era una tradición que combinaba practicidad y cuidado estético, haciendo de la experiencia de la comida para llevar algo casi ceremonial.
En la Londres victoriana, finalmente, a mediados del siglo XIX, se difundieron las famosas pie shops, tiendas especializadas en pasteles salados y otros alimentos listos. Para la clase trabajadora eran una auténtica salvación: una comida caliente, económica y rápida, perfecta para quienes pasaban las jornadas en fábricas o en las calles de la ciudad.
De los thermopolia romanos a las cajas japonesas, pasando por las tiendas londinenses, el hilo conductor es siempre el mismo: la búsqueda de una comida cómoda, accesible y lista para consumir. La tecnología moderna no ha hecho más que acelerar y ampliar esta tendencia milenaria, transformando una necesidad antigua en una posibilidad universal al alcance de un clic.
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